El 5%...
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Hay una frase que escuché por primera vez en la universidad y que con los años no ha hecho más que reafirmarse: “El último 5% de un proyecto se lleva el 95% del tiempo”. En su momento sonó a chiste. Incluso a excusa barata. Pero cuando uno empieza a vivirlo en carne propia, proyecto tras proyecto, acaba dándose cuenta de que, efectivamente, el infierno no está al principio, está justo al final.
El inicio de un proyecto suele ser caótico, sí, pero también es ilusionante. Las decisiones fluyen, las ideas se cruzan sin fricción y todo el mundo tiene la sensación de que esto va para adelante. La demo funciona. El cliente sonríe. El equipo ve avances. Y alguien, en algún momento, pronuncia las palabras malditas: “Ya casi lo tenemos”.
A partir de ahí comienza el descenso.
Porque ese “casi” es una trampa. En realidad, ese 5% final es un terreno pantanoso, un campo minado de decisiones que se han ido posponiendo, pequeños detalles que nadie quiso discutir en su momento, problemas que “ya se verán”, integraciones con sistemas antiguos, correos legales que hay que redactar, documentación que no existe, formaciones que no se han dado, y entregas que de pronto no tienen claro ni a quién van dirigidas.
Muchas veces ese 5% no se ejecuta solo, sino que coincide con la fatiga acumulada del equipo. Con un cliente que empieza a estar nervioso. Con plazos que ya no se pueden mover. Con otros proyectos que esperan su turno. Y ahí, justo ahí, cuando más foco hace falta, es cuando más difuso está todo.
El cierre de un proyecto debería ser una celebración, pero más a menudo es una agonía. Cerrar es rematar. Y rematar, si no lo tienes todo perfectamente alineado, puede costarte más que empezar desde cero.
Hay algo profundamente antinatural en cómo concebimos el progreso. Tendemos a pensar que si un proyecto está al 80% de avance, entonces nos falta un 20%. Como si se tratara de un camino recto en el que cada paso cuesta lo mismo. Pero los que trabajamos en esto sabemos que no es así. El avance real no es lineal. A veces haces el 80% del trabajo en el 20% del tiempo. O al revés. Y la recta final rara vez es recta.
El cierre exige un tipo de energía distinta. No es la fuerza bruta del principio. Es la precisión. Es la capacidad de no dejar cabos sueltos. Es saber cuándo decir que no a una nueva funcionalidad, cuándo parar de retocar una presentación, cuándo es suficiente. Y eso no se entrena tanto como se sufre.
A lo largo de los años he aprendido a identificar los síntomas del final que se complica. El “esto lo vemos luego” repetido demasiadas veces. El “ya lo tiene todo, ¿no?” dicho sin revisar nada. El checklist que nadie ha hecho. La falta de pruebas reales. La documentación sin escribir. El dominio que aún no apunta donde debe. La demo que no se ha rehecho desde que la enseñamos por primera vez. El logo mal colocado en la esquina. Y sí, lo del logo me ha pasado más veces de las que quisiera admitir.
He vivido proyectos que técnicamente estaban terminados, pero no podían salir porque alguien no había escrito un mísero email de bienvenida. Otros que se caían al subir a producción porque nunca se había probado fuera del entorno de desarrollo. Y otros en los que simplemente el cliente no quería dar el “ok” final porque no se sentía parte de ese último tramo. Porque cerramos mal. Porque llegamos agotados. Porque no dejamos espacio para respirar.
Por eso, cada vez que arranco algo nuevo, intento recordarme que ese 5% va a llegar. Y que no debo despreciarlo. Que hay que planificarlo como se planifica el resto. Que hay que reservarle tiempo, energía y atención. Porque ese 5% no es el final. Es lo que se va a ver. Es lo que va a recordar el cliente.
Es la diferencia entre entregar y simplemente haber hecho cosas.
No es fácil. Requiere cambiar la forma de pensar. Dejar de celebrar demasiado pronto. Aprender a cerrar con elegancia. No caer en la tentación de asumir que todo lo importante ya está hecho. Porque lo importante, casi siempre, llega al final.
Cualquiera puede empezar. Cualquiera puede entusiasmarse con una idea nueva. Pero muy pocos saben cerrar. Muy pocos saben mirar ese 5% a los ojos, sin miedo, y decir: vamos a rematarlo como se merece.
Ese 5% lo cambia todo.
¡Feliz Domingo!
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El descanso no es un lujo. Es parte del proceso. El cerebro necesita espacio para volver a funcionar como debe. Y a veces, lo más productivo que puedes hacer… es parar.
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Y fin...
Esta newsletter ha sido escrita entre tareas encadenadas, ventanas abiertas en exceso (las del navegador y las de la cabeza), y algún que otro momento de colapso mental resuelto mágicamente tras mirar por la ventana durante dos minutos.
La vida moderna tiene esa manía de no dejarte pensar. Pero a veces basta con respirar, dejar el teclado, y volver. Lo que parecía imposible… deja de serlo.
Gracias por estar al otro lado, por leerme, aunque yo a veces no me lea ni a mí mismo, y por mantener viva esta red absurda, emocional y descentralizada que vamos construyendo cada semana.
Estaba bloqueado, claro. Pero no lo aceptaba. Seguía tecleando. Más rápido. Más fuerte. Como si eso fuera a arreglar algo.

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