Dejarlo pasar
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Hay frases que se te quedan grabadas en la cabeza como si fueran instrucciones de vida.
“Si algo no te gusta, vete.”
“No te metas.”
“No merece la pena.”
Durante años me lo repitieron tantas veces que acabé creyéndolo.
Creí que la madurez consistía en saber cuándo callar, en evitar el conflicto, en ser “más listo” por no discutir.
Y quizás por eso, en muchos sitios, los imbéciles siguen campando a sus anchas: porque los demás nos vamos.
Nos vamos del grupo, del trabajo, de la conversación, del proyecto.
Nos apartamos.
Y con cada retirada, dejamos espacio libre a quienes no lo merecen.
Porque esa idea, la de que “no hay que enfrentarse”, se ha convertido en una especie de religión moderna.
Un dogma silencioso que nos enseña a mirar hacia otro lado, a no incomodar, a no decir nada.
Nos convencen de que la confrontación es algo negativo, cuando en realidad es lo que mantiene vivo el sentido común.
Piensa en lo cotidiano, en esa reunión donde alguien dice una estupidez, todos lo saben, pero nadie dice nada para no “crear mal ambiente”.
O en ese grupo donde uno impone sus ideas sin tener ni idea, pero nadie lo corrige porque “no merece la pena discutir”.
Y así, poco a poco, el sentido común se va marchitando.
Nos hemos acostumbrado tanto a no confrontar, que lo irracional empieza a sonar razonable.
Y lo peligroso, normal.
Dejamos que microlobbies actúen en defensa de ideas absurdas, de causas que desafían la lógica, pero a las que nadie se atreve a decir “basta”.
Porque hacerlo te convierte en el raro, en el conflictivo, en el que “siempre tiene algo que decir”.
Y claro, para evitar ese papel, callamos.
Y mientras tanto, lo absurdo avanza.
La no confrontación no se limita a la calle o las redes.
También se instala en lo profesional, donde muchas veces se disfraza de prudencia.
El “siempre se ha hecho así”.
El “no te metas en líos”.
El “esto es lo que hay”.
Frases que suenan a experiencia, pero que huelen a resignación. Y cuando la resignación se convierte en cultura, la mediocridad pasa a ser norma.
Personas brillantes se apagan. Ideas potentes se quedan en un cajón. Y los que podrían cambiar las cosas acaban aprendiendo a no molestar.
A mí me ha pasado más veces de las que quisiera.
Ver algo mal, saber que está mal, y decidir no decir nada. O decidir irme.
Porque sé lo que viene después: la cara torcida, el comentario pasivo-agresivo, el “ya está este otra vez”.
Y al final te cansas.
Cansas de chocar con muros, de intentar explicar lo obvio, de remar en un mar donde la mayoría flota boca arriba dejando que la corriente los lleve.
Pero creo que cada vez que callas, pierdes algo.
Pierdes respeto por ti mismo, pierdes confianza, pierdes impulso.
Y lo peor: refuerzas la idea de que los que más ruido hacen tienen razón.
No digo que haya que vivir en guerra. Bueno, un poco sí.
No se trata de discutirlo todo ni de ir con el cuchillo entre los dientes.
Simplemente se trata de no desaparecer.
De no abandonar el espacio a los que lo llenan con estupideces, abusos o dogmas.
De no ceder por comodidad.
Porque cuando uno deja de plantar cara, no solo deja pasar la batalla: deja pasar el futuro.
Quizás haya llegado el momento de reconciliarnos con el conflicto.
De entender que no siempre es algo malo, sino a veces la única forma de mantenernos cuerdos.
Quizás haya llegado el momento de dejar de dejarlo pasar.
Feliz Domingo.
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👀 Las paranoias de la semana 👀
He pensado en recopilar las cosas que me van viniendo a la cabeza mientras paso los días haciendo cosas...
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Como ya he dicho más de una vez, sobrepensar es la mejor manera de arruinarte la vida.
Y cada día que pasa, me pasa más.
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La parálisis por análisis está presente todos y cada uno de los días.
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Lo peor es que soy capaz de detectarla en los demás con una precisión quirúrgica.
Veo el miedo disfrazado de prudencia, la duda camuflada de reflexión, el “ya lo haré” maquillado de “aún no es el momento”.
Pero en mí… nada.
Ahí la mente juega su partida más sucia: me convence de que pensar más es prepararme mejor, cuando en realidad solo estoy huyendo de decidir.
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Y así, entre pensamientos, el tiempo pasa.
Y lo único que realmente analizas al final es cuánto has dejado de vivir por miedo a equivocarte.
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Y fin...
No todo merece una pelea, es verdad.
Pero hay una gran diferencia entre elegir tus batallas y rendirte antes de empezar. A veces no se trata de tener razón, sino de no dejar que el ruido gane.
De sostener una línea, aunque tiemble.
Porque dejarlo pasar siempre parece más fácil, pero el precio lo acabamos pagando todos.
¿Está hablando del coche de rallys verdad? ¿Pero se lo ha comprado ya o sigue pensando?

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