Seguían ahí...
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Intenté girar en la siguiente calle. Dirección prohibida. Da igual. Giré.
En el retrovisor, dos luces repitieron mi jugada como si fuera lo más natural del mundo. La misma velocidad, la misma distancia. Desde la oficina hasta mi coche. Desde mi coche hasta este punto exacto. Coordinados. Constantes. Demasiado cerca para ser casualidad.
No podía ser. O sí.
Llevaba meses recibiendo avisos velados, pequeños comentarios en llamadas, correos raros que parecían inocentes… y esa sensación incómoda de que alguien estaba intentando empujar los límites.
Y ahora, ahí detrás, en un coche sin distintivos, un par de figuras anónimas imitaban mis movimientos al milímetro.
Intenté relajar la mandíbula, pero era inútil. El cuerpo tiene memoria, y cuando huele peligro, reacciona antes que tú.
Miré de nuevo por el retrovisor: seguían ahí.
Ni demasiado juntos para parecer agresivos, ni lo bastante lejos como para convencerme de que era casualidad. La distancia exacta para no levantar sospechas… salvo en alguien como yo. Y más, en momentos como estos.
Doblé otra calle. Ellos también.
Y claro, mi cerebro empezó a correr más rápido que el coche.
Repasé mentalmente las últimas semanas como si pudiera encontrar un error, una palabra de más, un correo mal contestado, una conversación incómoda.
Nada. O quizá demasiadas cosas. Cuando los clientes cada vez son más grandes, los peligros cada vez son más grandes.
Si vives rodeado de amenazas reales, tu cabeza aprende a ver fantasmas incluso cuando no hay nadie. Pero SIEMPRE detrás de la pantalla, al menos hasta ahora...
El tráfico se volvió lento, insoportable.
Sentí la necesidad de mirar a todos lados, de analizar cada gesto de los peatones, cada moto aparcada, cada mujer con bolsas de la compra, cada niño en chándal... Una locura.
Pero ahí estaban ellos.
Impecables.
Sin prisa.
Sin intentar adelantar.
Solo… acompañándome.
El sudor frío empezó a deslizarse por la espalda.
¿Y si de verdad habían decidido dar el siguiente paso?
¿Y si aquellas advertencias no eran tan abstractas como yo había querido creer?
¿Y si el doxxing de los últimos meses había encendido a algún chalado?
¿Y si esto no era un aviso técnico, sino personal?
Respiré hondo.
Intenté convencerme de que no tenía sentido.
De que era imposible.
Que estas cosas no pasan en la vida real… "¡Ves demasiado Jason Bourne!" pensé.
Pero ahí seguían las dos luces. Imperterritas.
Porque, ahora, que lo pienso un poco más despacio, claro que pasan.
Así que seguí conduciendo, atento a cada movimiento, a cada intersección, a cada reflejo en escaparates.
Ellos hicieron lo mismo.
Fue entonces, en un semáforo absurdamente largo, cuando sentí ese pequeño nudo en el estómago que solo aparece cuando algo encaja demasiado bien.
Cuando las probabilidades empiezan a dejar de ser coincidencia.
Y ahí, con el motor en silencio y la luz roja iluminando el salpicadero, entendí por primera vez lo que no había querido ver: Que a veces el ataque no va contra tus sistemas. Ni contra tu empresa. Ni contra tus servidores.
El semáforo se puso en verde.
Arranqué.
Ellos también.
No era casualidad.
No era paranoia.
No era “mi cabeza pensando demasiado”.
Había un punto preciso en ese seguimiento, en esa cadencia, que solo quien ha estudiado una vida entera podría reproducir. Mis rutas, mis horarios, mis manías, mis atajos.
Y fue justo al girar hacia la circunvalación cuando lo vi con claridad: no estaban persiguiéndome, me estaban empujando.
Guiando.
Llevándome hacia donde ellos querían que fuera.
Porque hay ataques que no van de vulnerar firewalls, ni explotar CVEs, ni lanzar ransomware al tuntún.
Van de ti.
De tu cabeza.
De tu miedo.
De tus decisiones bajo presión.
En la siguiente rotonda lo entendí. No era a mi coche. Era a mí.
Y entonces, como si una voz interior hubiera esperado exactamente ese segundo para hablar, llegó la revelación: Esto no es una película. Esto le está pasando a gente como tú cada semana y nadie lo cuenta.
Respiré hondo.
Apreté el volante.
Y por primera vez en toda la noche no di el siguiente giro.
Seguí recto.
Porque si algo he aprendido en este sector es que, cuando las amenazas se vuelven personales, ya no atacan tus sistemas, atacan tu criterio.
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No te voy a decir que esto sea ficción. Tampoco que sea literal.
Pero sí te voy a decir que pasa más de lo que crees.
En los últimos dos años, se han multiplicado los ataques dirigidos específicamente a CISOs, CTOs, CFOs y altos responsables de seguridad. Que afectan ya incluso a su salud mental.
No se publican. No salen en prensa.
No hay notas oficiales.
Pero están ahí: Amenazas personales para forzar accesos, extorsiones familiares utilizando información filtrada en brechas pasadas, deepfakes de llamadas en nombre del CEO exigiendo una acción urgente, Spearphishing “hiperpersonalizado” usando rutinas reales, rutas reales, datos reales, directivos seguidos o vigilados para generar presión psicológica, correos intimidatorios basados en datos privados obtenidos en leaks.
Según informes recientes de la industria (los que sí se publican), se reportan intentos de extorsión personal e incluso amenazas directas relacionadas con decisiones técnicas que debían tomar.
Las bandas de ransomware ya lo dicen abiertamente: “Los sistemas tienen backups. Las personas no.”
Los atacantes ya no buscan vulnerabilidades, buscan personas vulnerables.
Y la estrategia funciona: presiona a quien firma las políticas, a quien aprueba los accesos, a quien tiene la responsabilidad en la cabeza… y abres puertas que ningún exploit podría forzar.
Mucho cuidado ahí fuera.
Feliz Domingo.
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👀 Las paranoias de la semana 👀
He pensado en recopilar las cosas que me van viniendo a la cabeza mientras paso los días haciendo cosas...
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Por primera vez en mucho tiempo, la ciberseguridad no se juega solo en la red.
Se juega en la cabeza del que toma las decisiones.
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En tu miedo.
En tu soledad.
En esa duda de madrugada después de un correo raro o una alerta extraña.
En ese coche que frena justo donde tú frenas.
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En ese momento exacto en el que ya no sabes si te siguen…
O si simplemente lo estás empezando a entender.
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🔗 Cajón desastre... 🔗
Los enlaces que he ido recopilando:
- Norway transport firm steps up controls after tests show Chinese-made buses can be halted remotely. Soberania tecnológica jajaja
- On which OSI layer does the IDS/IPS work at? Interesante hilo.
- Golpe de la UEFA a la piratería: firma una nueva alianza para acabar con las retransmisiones ilegales de fútbol. Espérate tú, que se montan otra War Room y nos joden más aún...
- ¿La tormenta perfecta? CISO agotados enfrentan riesgos crecientes por IA.
Y fin...
No digo que haya que vivir con paranoia, digo que hay que vivir con conciencia. Sabiendo que, en un mundo donde los atacantes ya no quieren tus puertos, sino tus reacciones, el mayor firewall que tienes está entre tus orejas.
¿El coche ese al que siguen es el de rallys o todavía seguimos dándole vueltas?

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